miércoles, 22 de mayo de 2013

Un mundo de metal.



 A cada día que pasa me voy dando cuenta del gran problema del mundo. Y ese problema no es otro que la gran indiferencia que se apodera de la gran mayoría de las personas.
 No vemos el dolor ajeno porque estamos demasiado ocupados intentando convertir el mundo en una inmensa jungla de metal en la que el dinero es lo único que nos permite sobrevivir.
 Estamos tan ciegos, tan centrados en escalar lo más alto posible... Lo que pueda ocurrirle a nuestro vecino no importa, y si su desgracia nos beneficia, la aprovechamos.
 La empatía agoniza. Está en peligro de muerte.
 Solo una minoría de las personas se resiste a dejarla ir e intentan reanimarla hasta quedarse sin fuerzas. Esas personas son tachadas de ingenuas, tontas... Se desconfía del que solamente quiere ayudar y se cree ciegamente en los interesados que nos manejan como si fuésemos marionetas y se divierten destrozando nuestras vidas, encubriéndose unos a otros. Se llama pérdida de tiempo a los actos de generosidad desinteresada.

 Pues peor para ellos. Yo no quiero dejarla morir, porque si la empatía muere, el mundo estará perdido.
 Es increíblemente triste. En otro día, hablando con una persona de mi entorno, le dije que estaba deseando complir los 18 porque una de mis mayores ilusiones es ser voluntaria y para meterme en el sitio que quiero necesito la mayoría de edad.
 Y esa persona me respondió: "¿voluntaria, tú? ¿Pero para qué? Si te pagaran algo, vale, pero así de gratis..."
 En ese momento me enfadé, pero solo tardé medio segundo en pasar del enfado a la tristeza. No era culpa suya. Si pensaba de esa manera es porque le habían enseñado así.
 Eso es lo que se aprende hoy en día: a ser simples máquinas en este indiferente mundo de metal.

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