domingo, 25 de agosto de 2013

Desgaste.

Todos nos hemos sentido desgastados alguna vez: cansados, desesperanzados, desanimados... Tanto que ni siquiera nos apetece hacer aquello que más nos gusta.
Y entonces sentimos miedo, pánico, al preguntarnos si tal vez será que algo nos advierte que ya no valemos para eso, que hemos sufrido una jubilación anticipada y totalmente involuntaria.

Intentamos agarrarnos con todas nuestras fuerzas a la idea, al momento o al deseo que en su día nos dio alas para imaginarnos como los mejores en esa afición que, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en otro órgano vital de nuestro cuerpo; un órgano capaz de desconectarnos del mundo solamente para reanimarnos, de sacarnos de nuestra propia prisión interna solo para que podamos seguir respirando.

Y nos atemorizamos al vernos intentándolo de nuevo y estrellándonos, hundiéndonos atrapados en nuestro propio Titanic al chocar con el inmenso iceberg de la inseguridad y dudas, sin saber que en ese mundo al que nos transporta aquello que más nos gusta hacer, no existe el hoy ni el ayer porque el tiempo no es relevante. No dejamos de ser nosotros, no importan los cambios en nuestra vida ni las opiniones ajenas. Y no importan porque el lugar al que nos transportamos es solamente nuestro, y por mucho que crezcamos o creamos haber cambiado, nunca desaparecerá.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Un mundo de metal.



 A cada día que pasa me voy dando cuenta del gran problema del mundo. Y ese problema no es otro que la gran indiferencia que se apodera de la gran mayoría de las personas.
 No vemos el dolor ajeno porque estamos demasiado ocupados intentando convertir el mundo en una inmensa jungla de metal en la que el dinero es lo único que nos permite sobrevivir.
 Estamos tan ciegos, tan centrados en escalar lo más alto posible... Lo que pueda ocurrirle a nuestro vecino no importa, y si su desgracia nos beneficia, la aprovechamos.
 La empatía agoniza. Está en peligro de muerte.
 Solo una minoría de las personas se resiste a dejarla ir e intentan reanimarla hasta quedarse sin fuerzas. Esas personas son tachadas de ingenuas, tontas... Se desconfía del que solamente quiere ayudar y se cree ciegamente en los interesados que nos manejan como si fuésemos marionetas y se divierten destrozando nuestras vidas, encubriéndose unos a otros. Se llama pérdida de tiempo a los actos de generosidad desinteresada.

 Pues peor para ellos. Yo no quiero dejarla morir, porque si la empatía muere, el mundo estará perdido.
 Es increíblemente triste. En otro día, hablando con una persona de mi entorno, le dije que estaba deseando complir los 18 porque una de mis mayores ilusiones es ser voluntaria y para meterme en el sitio que quiero necesito la mayoría de edad.
 Y esa persona me respondió: "¿voluntaria, tú? ¿Pero para qué? Si te pagaran algo, vale, pero así de gratis..."
 En ese momento me enfadé, pero solo tardé medio segundo en pasar del enfado a la tristeza. No era culpa suya. Si pensaba de esa manera es porque le habían enseñado así.
 Eso es lo que se aprende hoy en día: a ser simples máquinas en este indiferente mundo de metal.

miércoles, 17 de abril de 2013

Maravillas a distancia

I'd come for you, no one but you.


 
Escribo esto como regalo a dos personas increíbles que me alegran la vida cada vez que hablamos. Hace tiempo ya que les conozco, aunque jamás habíamos tenido tanto trato. Y nunca me habría imaginado que iba a ser posible quererles como les quiero.
Primero conocí a María. Pese a que también me gusta llamarla Keka, para mí siempre será la princesa de la sonrisa perfecta.
Es una de las personas más alegres que conozco, deprimirse con ella se vuelve misión imposible y, aunque no se lo crea, además de una preciosidad es una artista en potencia.

Después fue Jordi. Suelo llamarle "peque" y me hace gracia pensar que, seguramente, será más alto que yo. Nos gusta exactamente la misma música y me hace reír siempre que hablamos. Aunque no le guste que se lo diga, es adorable, capaz de sacarme una sonrisa cuando mi gente más cercana no lo logra.
Ambos son como mis hermanitos y me alegran las tardes con un simple mensaje, así como logran dibujarme una sonrisa con sólo pensar que el día en el que pueda darles un abrazo de verdad cada vez está más cerca.
Ellos (y otros a quienes también adoro con toda mi alma) son mis maravillas a distancia. Y solamente me queda decir que les quiero un poquito más cada día.